Nadie sabía cómo se transmitía la enfermedad ni qué la causaba, pero la historia de cómo se acabó con ella proporcionan esperanza en la lucha para combatir otro enemigo invisible, el SARS-CoV-2
Una trabajadora pone la vacuna contra el polio a una niña en Pakistán, el 16 de marzo.K.M. Chaudary / AP
El temor y la incertidumbre que rodean la pandemia de
coronavirus pueden parecernos nuevos a muchos. Pero a los que vivieron
la epidemia de polio del siglo pasado les resultan extrañamente
familiares.
Durante la primera mitad del siglo XX, el virus de la polio llegaba cada verano, golpeando sin avisar,
como en una película de terror. Nadie sabía cómo se transmitía la
enfermedad ni qué la causaba. Había teorías descabelladas, como que el
virus lo traían los plátanos importados o lo transmitían los gatos callejeros. No había cura ni vacuna. En las siguientes cuatro décadas, las piscinas y los cines se cerraban durante la estación de la polio
por miedo a este enemigo invisible. Los padres dejaban de enviar a los
niños al parque o a fiestas de cumpleaños por temor a que “pillasen la
polio”.
Durante el brote de 1916, los sanitarios de Nueva
York se llevaban a los niños de sus casas o de los parques cuando
sospechaban que estaban infectados. Los críos, que parecían el blanco de
la enfermedad, quedaban alejados de sus familias y aislados en
sanatorios. En 1952, el número de casos de la polio en Estados Unidos ascendió a 57.879,
provocando 3.145 fallecimientos. Los que sobrevivían a esta enfermedad
tan contagiosa podían acabar con algún grado de parálisis, que los
obligaba a usar muletas, sillas de ruedas o a vivir en un pulmón de acero, un gran tanque respirador que introducía y retiraba el aire de los pulmones, permitiéndoles respirar.
La
poliomielitis fue vencida al fin en 1955, gracias a una vacuna
desarrollada por Jonas Salk y su equipo de la Universidad de Pittsburgh.
Debido a la celebración del 50º aniversario de la vacuna de la polio, produje un documental, The Shot Felt ‘Round the World,
que contaba historias de muchas personas que colaboraron con Salk en el
laboratorio y participaron en los ensayos de la vacuna. Como cineasta y
profesor titular
en la Universidad de Pittsburgh, creo que estas historias proporcionan
esperanza en la lucha para combatir otro enemigo invisible, el
coronavirus.
Aunar esfuerzos como nación
Antes de que se dispusiera de la vacuna, la polio causaba más de 15.000 casos de parálisis al año en Estados Unidos. Fue la enfermedad más temida del siglo XX.
Con el éxito de la vacuna de la polio, Jonas Salk, que en aquel momento
tenía 39 años, se convirtió en uno de los científicos más célebres del
mundo. Renunció a la patente de su trabajo, afirmando que la vacuna
pertenecía a los ciudadanos, y que patentarla sería como “patentar el
sol”. Las principales empresas farmacéuticas la fabricaron, y entre 1955
y 1962 se distribuyeron más de 400 millones de dosis, reduciendo los casos en un 90%. Hacia finales del siglo, el pánico a la polio se había convertido en un vago recuerdo.
El
desarrollo de la vacuna fue un esfuerzo colectivo al que contribuyeron
el presidente Franklin Roosevelt como líder de la nación y los que
trabajaban junto a Salk en el laboratorio, así como los voluntarios que
tomaron la resolución de dejarse inocular experimentalmente.
Enfermeros inyectan la vacuna contra el polio a niños en Los Angeles en 1955.Associated Pres
Sidney Busis,
en aquel momento un joven médico, practicaba traqueotomías a niños de
dos años, haciéndoles una incisión en la garganta y encerrándolos en un
pulmón de acero para que pudieran seguir respirando. A su esposa Silvia
le aterraba que pudiera contagiar la polio a sus dos hijos al llegar a
casa por la noche. En el laboratorio de Salk, un estudiante de posgrado,
Ethyl Mickey Bailey, pipeteaba con la boca virus de polio vivos
–haciendo que el líquido subiera por unos finos tubos de cristal–como
parte del proceso de investigación. Mi vecina, Martha Hunter, estaba en
primaria cuando sus padres la presentaron voluntaria para “el pinchazo”,
la vacuna experimental de Salk que nadie sabía si funcionaría.
El presidente Roosevelt,
que mantenía su parálisis causada por la polio oculta a la ciudadanía,
creó el Instituto Nacional de Parálisis Infantil, una organización sin
ánimo de lucro, más tarde conocida como March of Dimes, o Marcha de los
10 centavos. Animó a todos los estadounidenses a enviar diez centavos a
la Casa Blanca para financiar el tratamiento de las víctimas de polio y
la investigación para obtener una cura, y de esta manera cambió la
filantropía estadounidense, que había sido en gran medida coto de los
ricos.
Peter Salk, hijo mayor del investigador, comentaba
en una entrevista concedida para nuestra película que fue una época en
la que los ciudadanos confiaban en la comunidad médica y unos en otros.
Creo que es una idea que debemos resucitar hoy.
Qué hizo falta para terminar con la polio
Jonas Salk tenía 33 años cuando inició su investigación
médica en un laboratorio situado en el sótano de la Universidad de
Pittsburgh. Había querido trabajar sobre la gripe, pero se pasó a la
polio, un campo en el que había más fondos disponibles para la
investigación. Tres plantas por encima de su laboratorio había una sala
de infectados de polio llena de adultos y niños en pulmones de acero y
camas oscilantes que les ayudaban a respirar.
Hubo mucha
pistas falsas y callejones sin salida en la búsqueda de remedios. Hasta
el presidente Roosevelt viajó a Warm Springs, en Georgia, creyendo que
el agua de allí podría tener efectos curativos. Mientras que la mayoría
de los científicos creía que una vacuna contra la polio con virus vivos era la respuesta, Salk fue contra la ortodoxia médica. Buscó una vacuna con virus muertos,
probándola primero en células en el laboratorio, después en monos y, a
continuación, en jóvenes que ya habían padecido la polio. No había
garantías de que funcionase. Diez años antes, una vacuna diferente contra la polio había contagiado involuntariamente de polio a los niños, matando a nueve.
En
1953, Salk obtuvo permiso para probar la vacuna en niños sanos y
comenzó con sus tres hijos, siguiendo con un estudio piloto de
vacunación de 7.500 niños en escuelas de Pittsburgh. Aunque los
resultados fueron positivos, todavía hacía falta probar la vacuna más
ampliamente para que obtuviera la aprobación. En 1954, la Marcha de los
10 centavos organizó un experimento de campo nacional con 1,8 millones
de colegiales, el mayor estudio médico de la historia.
Se procesaron los datos y, el 12 de abril de 1955, cinco años después
de que Salk comenzara la investigación, su vacuna contra la polio fue
declarada “segura y eficaz”. Las iglesias hicieron sonar sus campanas, y
los periódicos de todo el mundo declararon la “victoria sobre la
polio”.
Administran a un niño la vacuna contra el polio durante una campaña en Sanaa (Yemen), el 25 de diciembre del 2019. KHALED ABDULLAH / Reuters
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