viernes, 26 de agosto de 2016

Discapacidad, diversidad funcional, necesidades especiales... estigmas y colectivos



El uso de las palabras no es baladí cuando se habla de personas. Todavía hoy, los medios de comunicación y una gran parte de la ciudadanía se refiere a un discapacitado en lugar de a su condición de señor, señora, joven, niño o niña, con su nombre y apellidos, con su condición de persona por delante.


Las señales de tráfico que reservan espacios de aparcamiento para personas con movilidad reducida indican "Reservado para minusválidos". No nos iremos mucho más atrás cuando se hablaba de deficientes, subnormales, u otros términos que aún constan en certificados oficiales, y que son necesarios para acceder a prestaciones y servicios.


Cualquier clasificación estigmatiza y, por poco que sea, cercena una parte de la dignidad y la individualidad. Más aún porque presupone características y concede a los demás el derecho a una mirada diferente y pluralizadora, haciendo que la persona pase desapercibida. Eso es estigmatizar.


El gran estigma de la pluralización (hablar del colectivo) hace que se diluya "cada persona" en una diversidad mal entendida que genera barreras, resta oportunidades y produce a menudo, pena, acercamientos indebidos, sobreprotección o, peor aún, modelos institucionalizadores, que no hacen sino colocar a las personas en cajitas de espacio-tiempo detenido, como si fueran piezas de lego, y peor aún, de las que nos hemos cansado o cuya ubicación nos produce calma social en un malentendido Estado del bienestar.


Cada persona es inherente a sus deseos, necesidades, afectos, conflictos y competencias. Y sobretodo, a poder disfrutar de los mismos derechos, los de cualquiera. Hablar de discapacitados es hablar de problemas y soluciones colectivas, de miradas grupales y del "café para todos" si pensamos en servicios. Es habitual que, profesionales de atención directa se refieran aún a "los chicos" a la hora de hablar de las señoras y señores a las que prestan les prestan apoyos en su vida. Qué paradoja.


El afecto forma y debe formar parte esencial de las relaciones entre personas, igual que en una escuela o un hospital, pero el cariño colectivo conlleva el peligro de trabajar para construir una "gran familia feliz" en lugar de acompañar a cada persona en su proyecto vital, con el máximo respeto y salvando las mayores dificultades. Entonces, ¿dónde estamos? ¿Discapacidad? ¿Diversidad funcional? ¿Necesidades especiales?



El actual concepto de discapacidad establece que la discapacidad no es una condición de la persona, sino una situación, resultante de la relación entre las capacidades y necesidades de cada persona y la complejidad del entorno y de las actividades. Complejidades de las que todos somos responsables en un sálvese quien pueda, y el que no pueda que se eche a un lado.


Las capacidades, o mirado de otro modo, las limitaciones funcionales, otorgan derechos a la liberación de barreras, y esto significa, a vivir en un mundo más accesible y a recibir los apoyos que se requieran para que cada persona tenga una buena vida, sentida como propia y en igualdad de oportunidades. Y esto es mucho más complicado cuantas mayores sean las limitaciones, pero lo único que determina ello es que mayor será la intensidad de los apoyos que se presten. Pero eso no nos da derecho a actitudes de pena sobreprotección y, peor aún, superioridad. A menudo se establece una relación desigual en la provisión de servicios. Y una persona adulta es un señor o una señora, tenga o no discapacidad.


Diversidad funcional tenemos todos y todas. Necesidades especiales también. Igual que competencias, potencialidades y cualquier otro tipo de diferencias. Pero lo que determina una sociedad igualitaria y moderna es el reconocimiento de los derechos y la provisión de apoyos flexibles y adecuados a cada persona, momento, actividad y entorno. Para que tenga una vida plena e inclusiva, por grandes que sean las dificultades. Y no nos podemos permitir que esas dificultades las generemos con una visión colectiva y estigmatizante.


Por eso, en mi opinión, creo que en primer lugar debemos referirnos a la dignidad de cada persona, con su nombre y apellidos, mirando a sus necesidades, deseos, opiniones y oportunidades. Y en segundo y último lugar, cuando pensamos en servicios y apoyos, deberíamos de hablar de qué oportunidades se pierde por su situación discapacidad, que precisamente nos impulsa a generar entornos accesibles, acompañamiento y apoyos para cada persona viva su propia vida como una vida propia, y evidentemente, satisfactoria.


Mallorca, gracias a la colaboración entre el tercer sector y la administración pública, es pionera en el desarrollo de nuevos modelos en relación a las personas con discapacidad, por ejemplo, en servicios de empleo con apoyo, vivienda autónoma, formación dual y sistemas legislativos enfocados hacia el itinerario vital de cada persona. Demos valor a lo que hacemos y sigamos trabajando para que una situación de discapacidad se transforme en ciudadanía.


*Director insular Persones amb Discapacitat

http://www.diariodemallorca.es/opinion/2016/06/27/discapacidad-diversidad-funcional-necesidades/1129213.html


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