La poliomielitis es una de esas enfermedades terribles que ha acompañado a la humanidad desde tiempos inmemoriales pero que en la actualidad está próxima a ser erradicada completamente de la tierra.

Tanto es así que, en la actualidad, ha sido ya eliminada de gran parte de los países desarrollados, por lo que muchos apenas guardan nociones lejanas de lo que un día fue una importante causa de temor para cualquier padre o madre.

¿Qué es la polio y cuales son sus causas?

La poliomielitis es la infección provocada por el poliovirus (PV). Se trata de un tipo de Enterovirus ARN con tres serotipos (tipos 12, 2 y 3) que sólo afecta a humanos pero que es muy contagioso entre las personas.

De hecho, el potencial de transmisión que tiene es tal que en una zona afectada puede llegar a infectar al total de la población humana.

Se transmite por vía fecal-oral u oral-oral, normalmente por la ingesta de alimentos o agua contaminados. Ocurre principalmente en niños entre los 4 y 15 años de edad y es una enfermedad estacional en los climas templados que tiene sus picos de transmisión entre verano y otoño. Las personas infectadas, cuando han superado el cuadro, desarrollan inmunidad.

Una vez que se contrae, afecta a los tejidos faríngeos y gastrointestinales y penetra en el torrente sanguíneo.

En los casos más graves, puede afectar también al torrente linfático y a los tejidos nerviosos, e incluso al sistema nervioso central.

Incluso tras la recuperación, los pacientes pueden desarrollar síndrome postpolio, que se presenta entre 10 y 40 años tras la infección.

¿Cuáles son sus síntomas?

En la gran mayoría de los casos (más del 95%) la infección por poliovirus cursa de manera asintomática. Entre quienes desarrollan síntomas, la tasa de mortalidad se encuentra entre el 2 y el 20%.

Menos frecuentemente, se puede experimentar poliomielitis abortiva, caracterizada por fiebre, dolor de garganta, fatiga, diarrea y vómitos. Normalmente, estos pacientes mejoran por sí solos.

Cuando hay afectación del sistema nervioso central, puede aparecer la poliomielitis pre-paralítica, una progresión de la abortiva que degenera en meningitis aséptica, con fiebre y cefaleas.

El caso más infrecuente es el de la poliomielitis paralítica, que se caracteriza por fiebre, fatiga extrema, dolor muscular, atrofia muscular y parálisis flácida que puede incluso afectar a la respiración y la deglución. Los pacientes que se recuperan de este cuadro pueden sufrir en los años siguientes escoliosis y deformidades permanentes.

Por otro lado, los pacientes que sobreviven a las variaciones con afectación al sistema nervioso (sea paralítica o no) pueden sufrir síndrome post polio, que se presenta a partir de los 10 años tras la infección a causa del sobreesfuerzo de las neuronas supervivientes. Este se caracteriza por atrofia muscular, debilidad, dolor y fatiga en ciertas partes del cuerpo, acompañada de una visible pérdida de masa muscular.

¿Cómo se trata?

No existe un tratamiento efectivo contra la poliomielitis, por lo que la única opción son tratamientos sintomáticos. Por ello, es especialmente vital la prevención de la enfermedad.

La mayor herramienta de que dispone el mundo en este sentido es la vacuna. En concreto, existen dos vacunas eficaces: Salk (inactivada) y Sabin (atenuada), por Jonas Salk y Albert Sabin respectivamente.

En cualquier caso, la vacunación masiva es una medida que se ha llevado (y aún se lleva) a cabo en muchos países del mundo. En España, está incluida en el calendario infantil, y se administran tres dosis de Salk en el primer año de vida y una cuarta al año y medio. En ocasiones forma parte de vacunas polivalentes.

 

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