Afectados por una enfermedad que el franquismo quiso ocultar
reclaman una atención integral porque ahora, medio siglo después, sufren
nuevas secuelas
La Asociación de Polio irá al Parlamento vasco a exponer las
demandas de un colectivo que afronta el empeoramiento de la enfermedad
que marcó su niñez y adolescencia
Ángel González se apoya en dos muletas para caminar. La Seguridad Social le niega la incapacidad. /
BORJA AGUDO
María José Carrero
Botas de cuero ajustadas a los tobillos, hierros que encarcelan las
extremidades inferiores, zapatos con cuña para nivelar la largura de las
piernas, brazos con atrofia, muletas... Esta es la imagen de la
poliomielitis que está en la memoria de los nacidos a mediados del siglo
pasado. La enfermedad vírica atacó a decenas de miles de españoles
entre 1950 y 1964. El franquismo negó la epidemia para tapar su
oposición a vacunar masivamente a la población hasta 1963, tres años
después de que lo reclamara la Organización Mundial de la Salud (OMS).
Obviar la evidencia no evitó el sufrimiento de los enfermos -más de
2.000 en el País Vasco- y de sus familias.
Medio siglo después, algunos de ellos se han organizado en la
Asociación de Polio de Euskadi (EPE por sus siglas en euskera). Reclaman
una atención integral porque, tras una niñez y una adolescencia
marcadas por una enfermedad que provocaba parálisis, ahora están
padeciendo otras secuelas. La nueva dolencia tiene un nombre -síndrome
post polio- y está reconocida por la OMS, que la define como «una
atrofia sistemática que afecta primordialmente al sistema nervioso».
Mario Feijóo Anakabe preside la EPE y llevará al Parlamento la
reivindicación de un colectivo que demanda «una atención integral».
«Nuestros padres sufrieron por nosotros. Con todos los inconvenientes
pudimos salir adelante. Lo que queremos ahora es que no sufran nuestros
hijos. ¿Qué pedimos? Que en Osakidetza haya un protocolo para
atendernos; que la Seguridad Social no nos niegue la incapacidad porque
algunos ya no podemos trabajar más y que los Servicios Sociales den
ayudas a quien las necesita». Feijóo es la voz de un grupo coral, que se
presta a contar su historia de dolor y de superación.
Andoni Moreno - Santurtzi
«Viví en el hospital desde los 11 meses a los 14 años»
En 1961, cuando Andoni Moreno tenía 11 meses, el virus de la polio se
adentró en su organismo y le provocó la parálisis de las dos piernas.
Ingresó en el sanatorio de Gorliz, «donde servimos de conejillos de
indias para los traumatólogos». Sin que se le borre la sonrisa, este
vecino de Santurtzi y activista por los derechos de las personas con
discapacidad, cuenta que hasta los catorce años vivió en este hospital
que recuerda como «un aparcamiento de niños con parálisis. Después
ingresé en un centro que se llamaba, vaya ironía, el INRI, porque era el
Instituto Nacional de Reeducación de Inválidos. En 1978, volví a casa.
Fue entonces cuando saqué el graduado escolar en el Centro de Educación
Permanente de Adultos y estudié electrónica y auxiliar administrativo».
Y llegó el momento de trabajar: «He he hecho de todo. Desde arreglar
secadores de pelo a vender libros por las casas o trabajar en una
inmobiliaria...» Entre los 20 y los 24 años se dedicó al deporte. Fue
campeón de natación de Euskadi y de España y segundo del mundo. Después,
ha trabajado para la ONCE. Casado y padre de una chica, «cuando me
encontraba estabilizado familiar, laboral y socialmente y mi aspiración
era envejecer, a los 45 años, empecé a notar un deterioro tremendo, un
cansancio exagerado, me sentía agotado... pero los médicos no tenían ni
idea del síndrome post polio. Cogí la baja por vez primera en vida». Y
la baja se alargó hasta que le concedieron la incapacidad laboral. Su
objetivo es «hacer evidente nuestra lucha. Hemos tenido una vida tan
‘jodida’... que ahora nos tienen que hacer caso».
Yolanda Motrell - Eibar
«Hay días en los que no me puedo mover de la cama»
Lo que parecía una «gripe fuerte» a los tres meses de nacer era en
realidad el virus de la polio y, en su caso, le afectó a la cadera y
pierna derechas. Yolanda Motrell (Eibar, 1960) recuerda su niñez como
una sucesión de operaciones pero, a diferencia de Andoni, apenas vivió
en hospitales. «Ingresaba en el San Juan de Dios de San Sebastián para
que me operaran, pero luego volvía a casa». Y es que afrontó más de
trece intervenciones. La primera, con dos años. El resultado de tanta
cirugía fue una cojera que le ha permitido caminar hasta ahora sin
bastones.
Yolanda señala que en su vida fue fundamental la Asociación Artística
Eibarresa. «Nos ayudaron mucho a los niños con polio» y en su memoria
también ocupa un lugar importante el centro de rehabilitación de la
localidad, así como «el colegio de monjas en el que estudie EGB».
Terminada la etapa de educación obligatoria, con una beca se fue interna
a un centro de Murcia a estudiar administrativo. «Estuve dos años y me
lo pasé en grande». De vuelta a casa, en 1978, empezó a trabajar en una
oficina. «Dentro de mis limitaciones, he tenido una vida muy activa. He
viajado mucho».
Pero desde los 50 años, no es la misma. «Empecé a notar un cansancio
fuera de lo normal. En el cuerpo sentía cosas raras... he ido de
consulta en consulta... neurólogos, traumatólogos... nadie sabía decirme
qué me pasaba hasta que en ‘Informe Semanal’ un día hablaron del
síndrome post polio. A mí me ha supuesto tener que coger las muletas».
Con la incapacidad laboral ya concedida, «hay días en los que no me
puedo levantar de la cama. La debilidad muscular es tremenda. Mi cuerpo
parece que no da más de sí...», dice sin ocultar cierta tristeza.
LOS VASCOS DE LA POLIO
Arriba, «Fuimos conejillos para la Medicina», comenta Andoni Moreno.
Abajo, «ni sé cuántas veces me operaron», dice Gregorio Redondo. /
BORJA AGUDO
Julio Roca - Vitoria
«Vivir en soledad me hizo más fuerte»
En Vitoria no necesita presentación. Julio Roca, también de 1960,
preside y es el alma máter del Zuzenak, un club deportivo que facilita
la práctica de deporte a 500 personas con discapacidad. Chupinero de las
últimas fiestas de La Blanca, Julio tenía medio año cuando el virus de
la poliomielitis atacó toda la parte izquierda de su cuerpo; le dejó una
pierna más corta que la otra y una deformación de la columna vertebral.
«A los cinco o seis años ingresé en Gorliz. Estaba temporadas para que
me hicieran tratamientos y luego me iba a casa y volvía a ingresar...
Iba y venía... Así hasta los quince años. Aquello era una tortura».
En 1975 fue a Madrid, al centro INRI. Estudió auxiliar administrativo
y, dos años más tarde, regresó a Vitoria, donde consiguió su primer
trabajo en Luminosos Argi. Más tarde, montó su negocio de reprografía,
que tiene traspasado porque hace un año consiguió la incapacidad
absoluta. «Cada vez tengo menos capacidad pulmonar. En Gorliz ya me
dijeron que esto me iba a pasar. La deformación de la columna me
comprime la caja torácica y esto me oprime los pulmones». Julio piensa
que aquellos niños de la polio para nada son débiles. «Vivir en soledad
me hizo, nos hizo, más fuertes». Y esta fortaleza es la que le mueve
ahora para reivindicar. «La Administración, la Medicina tienen que
ponerse las pilas. Somos muchas las personas afectadas y cada vez somos
más mayores. Nos merecemos una atención integral».
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