Comenzó como un sanatorio para niños con tuberculosis en Gorliz y en un siglo ha prestado distintos servicios;la que fuera paciente Esther Martínez y los exdoctores Joseba Iribar y Begoña Pérez Huerta rememoran sus días allí
Día de la inauguración, junto a una panorámica del lugar y las Hermanas
de la Caridad. Fotos: Sabino Arana Fundazioa y libro ‘El Sanatorio y
Gorliz. 100 años’.
En la actualidad, este centro atiende a pacientes crónicos en procesos de estabilización y convalecencia, atención paliativa, rehabilitación de daño cerebral, traumatología y general, así como atención rehabilitadora en ámbito ambulatorio en las comarcas sanitarias de Uribe Kosta e interior. Pero, anteriormente, había cubierto otros servicios. Todo empezó con la tuberculosis. La idea de edificar un sanatorio para tratar de paliar su enorme incidencia entre los niños de Bizkaia fue del doctor Enrique Areilza. Con el apoyo de su antiguo compañero médico y diputado provincial, Felipe Llano, transmitió ese propósito, que finalmente se convirtió en realidad, al presidente de la Diputación de Bizkaia, Luis Salazar.
Las características de la playa de Gorliz explican que esa fuera la localización elegida. Y es que a este punto se le atribuye más sol que a ningún otro de la costa vasca -el arenal de Gorliz, junto con los de Bakio, Sopela o Las Arenas, son los que más horas de luz natural reciben por su localización occidental-. Este hecho, junto con las temperaturas suaves que moldean su microclima y su ubicación, al abrigo del monte Astondo, determinaron que la playa de Gorliz fuera el lugar seleccionado para levantar el sanatorio marino. Sería el cuarto del Estado y el primero construido con hormigón armado. Estaba articulado en cinco pabellones: Hospital, Infecciosos, Lazareto, cocinas y comedor y Pabellón de las monjas (capilla, ropero y residencia de las Hermanas de la Caridad y sirvientas). Porque sí, las monjas ayudaban allí a los niños. El primer director del sanatorio, el doctor Luis Larrinaga, eligió a las Hermanas de la Caridad por su experiencia en el cuidado al enfermo y su dedicación a las clases más desfavorecidas.
Bajo las órdenes de la superiora, sor Juana Gabilondo, atendieron a los niños durante décadas, se encargaron de su alimentación, curas y terapias y cumplieron sus funciones en quirófano, laboratorio y farmacia. “¡Cómo las vacilábamos!”, admite la que fuera paciente Esther Martínez. “A sor Juana la tomábamos mucho el pelo y le pegábamos sustos cuandohacía velay una noche montamos una boda. Yo era la novia, iba con una sábana y habíamos guardado cosas de la merienda y la comida para hacer el banquete. Sor Tránsito era nuestra cómplice y nos ayudó”, recuerda esta mujer, que hasta los 18 años estuvo ingresada en el sanatorio “entrando y saliendo”, aunque igual permanecía hasta “cuatro años” sin regresar a casa. De ahí que sus compañeros fueran “como hermanos”. Esther llegó por primera vez al sanatorio de Gorliz en 1961, un año después de que este centro emprendiera su primer cambio: el perfil del paciente seguía siendo infantil pero sus dolencias eran otras. Erradicada la tuberculosis, los enfermos pasaron a ser niños a los que el virus de la poliomelitis había generado problemas en la médula espinal y parálisis, y también otros que sufrían alteraciones en el proceso de crecimiento.
En 1964 empezó a trabajar allí el doctor Joseba Iribar. “Los niños salían a la playa cuando el tiempo lo permitía, y hacían gimnasia al aire libre”, rebobina el médico, que guarda incontables episodios muy bien conservados de su etapa en el sanatorio gorliztarra. “Había una piscina pequeña y se deshizo para construir una más grande y con agua de mar;había que ir a recogerla a Astondo y se encargaba José Bilbao a las cinco o seis de la mañana. Iba con su Mobylette y una vez le paró la Guardia Civil. Él les dijo:Voy a poner la bomba… la bomba de agua para la piscina”, cuenta a día de hoy entre risas Joseba. “Un día entró un niño en quirófano con parada respiratoria y el doctor Jesús Prada hizo todo lo posible por recuperarlo. Y lo consiguió. La monja que estaba allí empezó a gritar:¡Gracias a Dios! Y entonces contestó Jesús: ¿Y a mí qué? Que las intenciones de Dios bien claras estaban”, recupera. También se acuerda este doctor, que dejó el hospital en 2002, de las veces que el exguardameta del Athletic José Ángel Iribar, acudía al centro a jugar con los enfermos más pequeños. “Se ponía de portero y los críos, con sus aparatos ortopédicos, lanzaban el balón muy despacio y él se dejaba meter gol. ¡Y cuando yo le tiraba, no se dejaba!”, desvela.
LA EVACUACIÓN Pero antes de que todo esto aconteciera, tuvo lugar uno de los capítulos más significativos de la historia del sanatorio marino de Gorliz. El 31 de mayo de 1937, con la Guerra Civil española destrozando Euskadi, se sacó del hospital a los pacientes infantiles junto con parte del personal y el instrumental sanitario transportable: material quirúrgico y de anestesia, botiquín, aparato de rayos X... El de Gorliz fue el único hospital vizcaino que fue evacuado en su totalidad. El entonces consejero de Sanidad, Alfredo Espinosa, envió un telegrama a la delegación del Gobierno vasco en Baiona para que buscara un emplazamiento adecuado para los niños, y las Hermanas de la Caridad se encargaron de pedir permiso a los padres. Todos lo concedieron salvo los de seis pequeños. “Se evacuó a los pacientes en varias tandas, fueron en furgonetas hasta el puerto de Santurtzi y en el barco Goizeko Izarra,de la naviera Sota, fueron enviados a Francia. Allí estuvieron en un sanatorio. Txutxi Aurtenetxe fue uno de esos niños y él mismo me contó cómo allí varios intentaron fugarse, recogieron alimentos no perecederos y se marcharon una mañana temprano. Las monjas se dieron cuenta a la hora de desayunar de que faltaban unos cuantos y justo llegó el cartero del pueblo en bicicleta y dijo que les había visto. Avisaron a la gendarmería y les cogieron enseguida”, asegura Juan Manuel Goikoetxea, gorliztarra conocido como Motores, que es autor del libro El Sanatorio y Gorliz. 100 años. Otro de los cambios en el funcionamiento del centro médico se produjo en 1979. Ante el centenar de camas libres existente, el hospital eliminó los topes de edad y comenzó a atender a adultos y, a raíz de los conciertos con la Seguridad Social, a la primera infancia. “Fueron unos años complicados para la cirugía ortopédica y empezó un decrecimiento de ingresos. Cruces y Basurto ya hacían cirugías, además”, explica la que fuera doctora en esa época, Begoña Pérez Huerta. En 1985, dos años después de que fuera aprobada la Ley de Territorios Históricos, la actividad del centro se traspasó al Gobierno vasco. Así, el hospital presta a día de hoy su actividad sanitaria como parte de Osakidetza, aunque la titularidad del edificio y el terreno sigue perteneciendo a la Diputación Foral de Bizkaia. A partir de los años 80, se produjeron más variaciones en la prestación del servicio. “Iñaki Azkuna, como consejero de Sanidad, nos dijo que teníamos que ocuparnos también de los cuidados paliativos”, rememora Begoña, que, ante todo, destaca: “Debemos sentirnos orgullosos de la trayectoria del hospital del Gorliz”. Un recorrido médico que ya es centenario.
https://www.deia.eus/2019/07/01/bizkaia/un-hospital-de-100-anos?fbclid=IwAR3eVmVBvVlxcLrQLUT82RxXV_cPrJ0hKlWR7E5mVUPqPlbEyePsmb7jcMk
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