Más de 1.000 cordobeses llevan seis décadas conviviendo con las secuelas de una enfermedad incurable que en España se erradicó a finales de los 80
Cordobeses afectados por la polio durante el franquismo vinculados a la asociación Cota Cero.
Manuel Murillo
No hay registros de cuántos niños se contagiaron en España de la polio, la enfermedad infecciosa altamente contagiosa que afecta al sistema nervioso hasta provocar la parálisis y que corrió como la pólvora en forma de pandemia hasta que salió la primera vacuna, la de Salk, inyectable, que se empezó a administrar en 1954. La segunda, desarrollada por Albert Bruce Sabin, vio la luz en 1964, pero no fue hasta 1965 cuando España inició la campaña nacional de vacunación que hizo que de 2.000 contagios anuales se pasara a 62. La erradicación completa no llegaría hasta finales de los 80, cuando se documentaron los últimos casos. El proyecto de Ley de Memoria Democrática plantea ahora el reconocimiento a todos esos niños de la polio, que hoy tienen en torno a 60 años, con la intención de promover investigaciones y estudios que esclarezcan la verdad e incentivar medidas de carácter sanitario y social a favor de los afectados que permitan mejorar su calidad de vida. Es el fruto de una larga lucha contra la invisibilidad que han llevado a cabo los que durante seis largas décadas han padecido la crudeza y los envites de la enfermedad.
El jefe de la sección de Epidemiología de la Delegación de Salud de Córdoba, Antonio Varo, recuerda que en 1988 se declaró en Córdoba capital el último caso, coincidiendo con un brote en Andalucía con un total de 12 afectados repartidos además por Málaga y Almería. Según las estimaciones del Centro de Valoración y Orientación de Discapacidad de Córdoba, en Córdoba existen actualmente más de 1.000 pacientes afectados por la polio con algún grado de discapacidad.
Javier García es el presidente de la asociación de afectados por la polio Cota Cero, a la que pertenece también María Dolores. Afincado en Córdoba desde hace casi 20 años, ha sido uno de los impulsores del reconocimiento en la Ley de Memoria Democrática como víctimas del franquismo. García, que sufrió 17 intervenciones y estuvo ingresado de los 4 a los 7 años, recuerda cómo la censura controló toda la información en torno a esta epidemia, que costó la vida a miles de niños. «Cuando se empezó a vacunar en EEUU y en Europa, a mediados de los 50, España estaba inmersa en una fuerte apuesta por el turismo y no quería dar la imagen de que era un país enfermo, lo que llevó a ocultar esta realidad». La vacuna llegó a España una década más tarde que al resto de países. «En ese tiempo, hubo decenas de miles de afectados y fallecidos por ese interés de ocultar la situación». Pese a ello, en 1958, España acogió el 5º Simposio Internacional sobre la Polio. El responsable de la comisión española fue el doctor Juan Bosch Marín, que «mintió al afirmar que aquí no había epidemia de polio».
A raíz de ese congreso, en 1958, llegó una primera remesa de vacunas que, según la documentación existente, se distribuyó a los afines al franquismo, a la gente pudiente y relacionada con los militares y a huérfanos e hijos de los considerados «pobres de solemnidad», vinculando públicamente la vacuna al estigma de la pobreza. Otros muchos acudieron a Andorra o a otros países a comprar la vacuna, que costaba 27 pesetas de la época (eran 3 dosis que costaban 9 pesetas cada una), una suma importante especialmente en familias numerosas como era el caso de la mayoría en la España de entonces. «No fue una cuestión de falta de recursos sanitarios, ejemplo de ello fue Portugal que estaba en la misma situación y vacunó a sus niños», indica García.
El Régimen no solo condenó a miles de personas al contagio al negar la realidad y retrasar la llegada de la primera vacuna sino que ya a finales de los 60, con la campaña ya en marcha, llegó una remesa de dosis inyectables que obligaban a mantener la cadena de frío, como ocurre ahora con la del covid, una norma que al parecer no se cumplió y que, aplicada en época estival, hizo que niños que no estaban enfermos se contagiaran al ser vacunados, provocando un rebrote importante en España. Carmen Flores, presidenta de la Asociación Cordobesa de Polio y Postpolio (Acopypos), fue una de las afectadas. Nació en 1971 y sufrió la enfermedad después de vacunarse. «Me pusieron una dosis y antes de la segunda, me diagnosticaron la polio, al parecer porque estaba en mal estado», señala, «fue una negligencia y aunque yo no tengo de momento secuelas tan graves como otros compañeros, me afectó a una pierna y me operaron seis veces en 14 años hasta colocarme una prótesis». En su opinión, la rehabilitación y fisioterapia es clave para los afectados para evitar brotes de pospolio a largo plazo, «pero cuesta mucho acceder a ella». Por eso espera que el reconocerles como víctimas del franquismo mejore los cauces para acceder a esos tratamientos.
Manuel Sánchez, de 64 años, nació en 1957 y se contagió cuando tenía 13 meses. Según relata, en aquella fecha solo se ponía en ciertos círculos. En 1958, asegura, llegaron vacunas para hijos de empleados de grandes empresas, entre ellas, la Electromecánica, donde trabajaba su padre. Poseedor de un carácter dicharachero, recuerda con tristeza la dureza de sus años de infancia. «En esa época, no había sillas de ruedas, yo me movía a gatas por donde podía hasta que a las 11 años me mandaron a Madrid para colocarme aparatos y enseñarme a andar». Se incorporó al colegio con 13 años, cuando pudo empezar a andar después de muchas operaciones. «La nuestra ha sido una vida de lucha constante, por eso pedimos que se nos haga visibles y se haga público lo que pasó», destaca, «estamos hartos de sufrir y de ser ciudadanos de tercera». Para él, como para María Dolores, fue la adolescencia una de las etapas más duras. «En esa época, cuando se empieza a ligar, nosotros estábamos al margen, las mujeres te miraban como al cojito», recuerda sincero. Eso no le frenó para empezar a trabajar muy joven. «Empecé como platero, donde trabajábamos los cojitos porque estabas sentado en el banco, luego en una ortopedia y más tarde en la ONCE, donde ejerció 27 años hasta su jubilación».
Rafael López, maestro jubilado, nació en 1959 y con 18 meses contrajo la enfermedad. El trabajo de su padre obligó al traslado de toda la familia a Barcelona, donde se aplicaban otro tipo de tratamientos basados más en la rehabilitación y la fisioterapia. «Yo me libré de las operaciones de la mayoría de compañeros pero no de los métodos de la época, tengo grabado en mi memoria el día en que un médico me fracturó en vivo la pierna sentándose sobre mi rodilla, sin anestesia, tendría tres o cuatro años». El objetivo era romper la semiflexión de la pierna para que pudiera utilizar los aparatos que le permitieron aprender a andar. Tras la parálisis inicial, consiguió recuperar la movilidad con mucho esfuerzo andando primero con bastón y luego con muletas. «Desde hace un par de años, mi cuerpo no tolera el aparato que me permitía andar y me he tenido que sentar en la silla de ruedas», comenta afectado, «psicológicamente es muy duro porque te devuelve a la situación que vivimos en la niñez, es como nombrar la soga en la casa del ahorcado». Es el efecto del llamado síndrome postpolio que afecta al 80% de los pacientes y sobre el que existe un total desconocimiento, aseguran los afectados. «La erradicación de los contagios llevó a abandonar la investigación», explican, «la OMS la declaró enfermedad incurable y no hay tratamientos ni recibimos la atención médica adecuada por esa falta de información». Todos agradecen el esfuerzo de investigación del doctor Juan Antonio Rodríguez, de la Universidad de Salamanca, pero reclaman una mayor especialización y coordinación médica para abordar sus casos.
Según López, «a día de hoy, no saben cómo atendernos porque no existe una unidad específica como hay para otras patologías». El resultado es que cuando sufren brotes o recaídas de la enfermedad, los médicos de cabecera intentan paliar los síntomas sin ofrecer una atención global. «Toda la vida nos han atendido traumatólogos, cuando la polio es una enfermedad neurológica», destacan, «la media de edad de los que seguimos vivos es de unos 60 años y todos estamos muy afectados a nivel neurológico, la postpolio se manifiesta de distinta forma en cada persona, con síntomas que van desde el agotamiento a los intensos dolores musculares, problemas de sueño, sensibilidad al frío, pérdida de movilidad... y es necesario un protocolo para abordar los casos porque cuando llegamos al médico de cabecera o a Urgencias, la mayoría no sabe cómo funciona esta enfermedad y solo quieren salir del paso, sin profundizar en lo que te pasa», recalca, «eso es algo que nos provoca mucho miedo y angustia y que esperamos que la ley ataje reforzando también esta parte». Manuel considera que la polio es «la gran desconocida y eso hace que estemos marginados», lo que obliga a muchas personas a batallar para cuestiones básicas como que le den una silla de ruedas adaptada a sus necesidades o a defenderse de la falta de información. Se podría escribir un libro sobre las situaciones a las que se han enfrentado. Según Manuel Sánchez, los enfermos de polio son menos receptivos a la anestesia, «pero los médicos no lo saben, así que cuando me operaron de la vesícula fui yo quien informó al mío antes de entrar al quirófano». Otra vez, una enfermera sin nociones sobre la polio, intentó enderezarle la pierna a la fuerza tras una caída. Rafael recuerda también cómo en una visita a Urgencias por un cólico nefrítico, el médico le alertó de la enorme escoliosis que presentaba su columna, fruto de la enfermedad,. «No había visto nada igual antes ni conocía los efectos de la polio», lamenta.
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