viernes, 26 de junio de 2015

Abrir las puertas de la inclusión

Hace muchos años fui a la biblioteca de mi facultad y me di cuenta entonces de que no podía acceder a la zona del depósito. No podía entrar, por unos escalones allí situados, al área de los ordenadores de consulta ni a pedir que me sacaran un libro. En seguida me tranquilizaron diciéndome que en breve ese problema dejaría de existir porque estaba construyéndose una nueva biblioteca que albergaría los numerosos volúmenes que hasta entonces permanecían ocultos al gran público. Al cabo del tiempo, acudí al edificio y, en efecto, la nueva instalación alojaba los volúmenes deseados. Lo malo para mí, que voy en silla de ruedas era que en la entrada había un socavón lo suficientemente ancho (un palmo y medio aproximadamente) como para no dejarme acceder al lugar (un sumidero de agua, creo que llamaban al boquete). Tal y como le expliqué al director de la biblioteca y al decano de la facultad, era como si se hubiera construido una casa y al constructor se le hubieran olvidado ponerle puertas a la vivienda.

El fallo en la construcción era tan obvio y de tan fácil arreglo que la siguiente vez que fui al lugar ya se habían colocado las suficientes pasarelas de dos palmos de longitud para que cualquier persona, independientemente de su modo de trasladarse pudiera acceder al edificio. Entre los dos viajes a la universidad, había concebido el concepto sencillo de que “las casas sin puertas” sirven para excluir a mucha gente y muchas veces es tan fácil como difícil hacer las cosas bien como hacerlas mal.

Esa idea de ver gran parte de nuestro entorno como casas sin puertas, que se extiende en muchos casos a tiendas sin puertas, hoteles sin puertas, bancos sin puertas, restaurantes sin puertas, y un sinfín de elementos sin puertas se me antojó un modo bastante simple de ver y abordar el asunto de la accesibilidad a un entorno que para muchos resulta hostil. Esta forma de entender las cosas es sin duda simple y en muchos casos simplista. En este punto, sin embargo, mi cabeza no da para mucho más.

Puede que tener que enfrentarse a situaciones más complejas sea la razón por la que la sociedad está dejando relegadas a un segundo plano a muchas personas por su funcionamiento. Para mí está claro, hay muchos individuos que queremos participar en este juego de la vida social pero que nos estamos quedando rezagados porque o bien la sociedad no está lo suficientemente sensibilizada, o bien porque las autoridades nos están vejando al no cumplir su cometido: hacer respetar nuestros derechos, llevar a cabo acciones positivas, o evitar nuestra discriminación. Son solo unos ejemplos.

Todos formamos parte del mismo equipo. Sin embargo hay personas que piensan que ese “todos” no incluye a las personas discriminadas por nuestro funcionamiento. Con esto no estoy afirmando que nadie sea imprescindible sino que todos somos necesarios. Sin embargo, por el camino que llevamos difícilmente ganaremos la partida.

Es indudable que para alcanzar la plena igualdad social y de derechos llevamos mucho retraso en diferentes ámbitos. Ese retraso lo tenemos que solucionar con imaginación y soluciones creíbles. Sería fácil por mi parte mantener que el cumplimiento de la Convención sobre los Derechos de las Personas con Discapacidad lo arreglaría todo. Sin embargo, eso suena a Poncio Pilatos y a lavatorio de manos. Claro que las soluciones pasan por la Convención, pero hay que empezar por abrir puertas cerradas hasta ahora en tres ámbitos: la asistencia personal, la eliminación de las barreras, y la educación inclusiva. Si alguien me pregunta si llevar a cabo estas medidas supone un trabajo de titanes, mi respuesta necesariamente es que sí, que hay tarea para rato, para multitud de ratos.
  
Autor: César Giménez Sánchez

 http://www.derechoshumanosya.org/node/1312

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