La poliomelitis
es una enfermedad infecciosa extremadamente contagiosa causada por el
poliovirus. Por fortuna, la mayoría de los casos en los que se produce
la infección son asintomáticos o leves y ésta no va a más. Pero existe
un preocupante 1% de los infectados en los que la enfermedad muestra su
lado más oscuro y va provocando una angustiante y progresiva parálisis
de los músculos por el ataque del virus a las neuronas motoras.
Hablar
actualmente de ella es prácticamente referirse a una enfermedad del
pasado gracias a la vacunación. Sin embargo, aún quedan países de África
y Oriente Medio en los que esta temible enfermedad aún sigue presente.
Las campañas de erradicación van progresando y puede que en menos de una
década, la polio sea la próxima enfermedad infecciosa en ser
erradicada, como ya se consiguió en su momento con la viruela.
Y
es que la polio, al igual que la viruela, es casi tan antigua como la
historia de la humanidad. Acechando a las sociedades de las distintas
civilizaciones, provocaba grandes epidemias periódicamente en las que
los niños eran las principales víctimas. La mayoría de los historiadores
resaltan la importancia de las grandes guerras, de los pactos y
traiciones entre países que ha llevado al mundo a ser lo que es hoy.
Pero no suelen tener en cuenta el impacto global que han tenido las
enfermedades infecciosas sobre el ser humano. Hablar sobre la peste
negra o la gripe española es señalar sólo dos momentos concretos, dos
estrellas fugaces en todo un cielo estrellado de enfermedades que han
hecho que estemos vivos precisamente nosotros y no otros.
Aunque
la polio había estado presente siempre, fue a partir del siglo XX cuando
adquirió aún más protagonismo y grandes epidemias de polio con
parálisis ocurrieron en torno a Europa, Australia y Nueva Zelanda. Pero
fue en Estados Unidos donde la situación era aún más crítica con miles
de casos al año de parálisis por polio y un pico de 58.000 casos en
1952. La polio no tenía cura (ni la sigue teniendo) y estar infectado
era una batalla sobre la que apenas podía hacerse nada salvo esperar su
desenlace.
Si había suerte, la infección del virus de la polio se
limitaba a atacar a unas pocas neuronas motoras provocando la parálisis
permanente de las piernas o de los brazos, por ejemplo. Si esto además
ocurría en niños, significaba no sólo una parálisis sino una deformidad
progresiva de la extremidad aunque al menos podían vivir para contarlo.
Los que menos suerte tenían veían como sus músculos respiratorios
(especialmente el diafragma) dejaban de funcionar y la muerte llegaba
por una angustiosa asfixia en cuestión de minutos.
A principios
del siglo XX apenas podía hacerse nada, esperar a ver cómo evolucionaba
la enfermedad mientras se cuidaba paliativamente al enfermo y esperar a
que el fatal desenlace no se produjera nunca. Pero a partir del año 1928
los doctores Philip Drinker y Louis Shaw desarrollaron por primera vez
un respirador artificial capaz de alejar de las garras de la muerte a
las personas con parálisis respiratoria, su nombre: El Pulmón de Acero.
Una gran estructura cilíndrica metálica capaz de albergar
herméticamente todo el cuerpo de una persona excepto la cabeza. Su
funcionamiento era relativamente sencillo, se trataba de ir alternando
presiones positivas y negativas para que el tórax hiciera un movimiento
idéntico al que hacemos normalmente para la respiración: Inspiración y
espiración. Debido a que las víctimas de la polio tenían afectados
precisamente estos movimientos por la parálisis de los músculos
respiratorios, esta máquina supuso su salvación. Aunque su nombre fuera
pulmón de acero porque permitía la respiración, básicamente funcionaba
como un diafragma artificial.
No tardó en desarrollarse en gran escala y adaptarse a todos los tamaños, especialmente para los niños:
Y desarrollarse modelos más complejos en los que optimizar el espacio:
Por fortuna, la mayoría de los casos de parálisis respiratoria
ocurrían durante la fase aguda de la infección de la polio y, en
cuestión de unas semanas, desaparecía y la persona podía volver a
respirar normalmente. Esto, antes de la invención del pulmón de acero,
era una muerte segura pero con éste en el arsenal médico se podía lograr
superar la fase de parálisis y la persona sobrevivía.
Cuando las
grandes epidemias de polio ocurrieron, se crearon habitaciones y grandes
salas destinadas específicamente para los pulmones de acero. Rodeados
de artefactos metálicos por doquier y el ruido conjunto de todos ellos,
las salas hubieran pasado como la sección de una fábrica de no ser por
las “obreras” de vestido blanco:
Tras la desaparición de las epidemias de polio, con el desarrollo de la vacuna por el doctor Jonas Salk
en 1952, el uso de los pulmones de acero fue disminuyendo
considerablemente hasta que su uso se limitó a ciertas enfermedades que
provocaban parálisis respiratorias pero con mucha menor frecuencia. Sin
embargo, hubo un grupo de gente que quedó con parálisis respiratoria de
por vida y que tuvieron y siguen teniendo que utilizar crónicamente el
pulmón de acero o una variante moderna más cómoda y portátil, un chaleco
que permite la ventilación controlando la inspiración y espiración o un
ventilador mecánico.
Dianne Odell, es una de las supervivientes
con parálisis respiratoria crónica más veteranas y famosas de Estados
Unidos. Cada año celebra su cumpleaños rodeado de gran cantidad de
personas y celebridades. Sigue utilizando a día de hoy una moderna
versión del pulmón de acero, encerrada en una prisión metálica que le da
la libertad de vivir.
Para saber más:
Iron Lung , Universidad de Virginia.
Iron Lung, Wikipedia.
Fuente:
http://medtempus.com/archives/los-pulmones-de-acero-en-las-grandes-epidemias-de-polio-del-siglo-xx/
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