Llega el verano y con él, las sandias, el
gazpacho y el tinto del verano, las rebajas, las canciones repetitivas
que te sabrás durante décadas, las imágenes del tiempo que tiñen España
de morado señalando cuarenta grados hasta el Puerto de Pájaras, y las
campañas de la DGT recordándonos que lo peor que te puede pasar en la
vida es sobrevivir a un accidente de tráfico y acabar en una silla de
ruedas.
Un porcentaje de la población pasará tras
los excesos del verano, las fiestas del pueblo, las vacaciones en
Marbella y los mojitos mirando el atardecer, a tener un crónico
accidente irreversible y lleno de secuelas. Dentro del mismo porcentaje
habrá también quien haya pasado el verano trabajando o estudiando en
una calurosa ciudad y demás situaciones que entrarían dentro de la
categoría de “pringado veraniego”. Hayas hecho lo que hayas hecho, si
tienes un accidente de trafico, algún exceso has tenido que tener; eres
culpable y responsable individual, y con suerte, protagonizarás una
campaña de la DGT o darás un ciclo de charlas de concienciación.
Fácilmente, estarás echándote las manos a
la cabeza y tachándome de sincera de más con mal gusto, a lo que en mi
defensa tengo que alegar, que esto no lo digo yo, lo dice la DGT cada
verano en sus anuncios de televisión, esos que ponen entre el de ron con
mujeres latinas bailando con sus caderas al sol y el de coches para
hombres sin miedo que buscan nuevas experiencias.
Al margen de esta versión, puedo decir que
no somos culpables individuales y el accidente pasará, permitiéndote
tener una vida que no sabrás, y menos la DGT, si será mejor o peor que
aquella hipotética que resuena en tu cabeza y en la de tu madre . Lo que
sí experimentarás, si te toca, es una crónica mirada de lástima de un
alto porcentaje de la sociedad que solo se rebaja cuando haces proezas.
Si te planteas disfrutar de tu nueva condición como algo que te podía
pasar entre otro millón de cosas, afila los puñales porque no es fácil,
detrás de la DGT hay una organización más poderosa que el club
Bilderberg, conocida como “el imaginario colectivo” para el cual eres en
esencia un accidente de trafico crónico, irreversible y lleno de
secuelas.
Dentro de esa poderosa organización de
construcciones sociales, hay creada una escala de cosas que te pueden
pasar en la vida y que van de lo más trágico al mayor éxito, y que
transcurren paralelas al DSM-5 de la psiquiatría. Tener un accidente de
trafico parece estar entre las peores por su asociación a la terrible
silla de ruedas, vista como un perverso instrumento. Esta imagen no nos
hace ningún favor, a quienes plantamos el culo en una cada mañana, para
adaptarnos a las consecuencias de ser diferentes en una sociedad que no
inventamos individualmente, y en la que somos responsables directos de
muchas menos cosas de las que creemos. Con el paso de los años ir en una
silla de ruedas no es solo una “desgraciada” forma de moverse, sino
parte de la persona y de su forma de ver la vida. Un vida siempre digna
en tanto que es vivida.
Para cambiar las consecuencias de la
cultura del exceso, primeramente tendríamos que concienciarnos de dichos
excesos y de a quién benefician realmente, sin necesidad de
criminalizar a quienes tuvimos un accidente de trafico y sin utilizarnos
para meter miedo.
Este despertar de conciencias que planteo,
tampoco cambiará, reduzca o no, la posibilidad de adquirir una “temida
discapacidad” a lo largo de la vida, poniendo de manifiesto que la única
campaña inteligente sería abrir una vía de valor de la diferencia y de
equidad de derechos, te muevas con una silla de ruedas o con unas
masculinas piernas depiladas y bronceadas al sol. Piernas, que con
cuatro cubatas de más o a la salida del GYM con un batido hiperproteico
pueden terminar, por muchos más posibles accidentes de los que puedo
imaginar, atrofiándose digna y placenteramente, por qué no, en una silla
de ruedas.
Me atrevo a augurar que no bailarás con una
preciosa mujer latina por beber ron, no tendrás más experiencias o
menos miedo por comprarte un coche nuevo con wifi y tu vida no será un
accidente crónico, irreversible y lleno de secuelas por estar en una
silla de ruedas. Aunque te toque crear tu realidad al margen de la
colectiva, algo que le pasa a cualquiera que no encaja en una maquinaria
creada para unas pocas personas. Esa que primero te alimenta como a
Hansel y Gretel, para luego, servirte a la mesa con sabor a miedo y
lástima.
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