CUANDO DESDE UNA SILLA (DE RUEDAS) SE PRETENDE LLEGAR AL SILLÓN
Es un clásico. En periodo electoral a un político le gusta un cojo más que a un niño una piruleta.
A bombo y platillo , y cámaras periodísticas, se sientan en una silla de ruedas para darse un “paseito” por la ciudad que pretende gobernar junto al cojo oficial que se siente importante por ser el maestro de quien pretende llegar a la alcaldía.
Tras el desfile, con alfombra roja y halo de empatía y sensibilidad con la discapacidad, su caché social sube como la espuma.
Ya sé lo que estáis sufriendo, te dicen, Ya sé la impotencia que se siente de no poder entrar en la mayoría de los comercios, de no poder mear en los pocos bares que tienen acceso para tomar una cerveza. Ahora sé lo que es esperar autobús tras autobús porque no les sale la rampa. He sentido el miedo de tener que ir por medio de la calzada junto a vehículos todos más fuertes que yo, porque las aceras no son accesibles.
De todo ello me he dado cuenta en los diez minutos de mi glamuroso paseito en silla de ruedas.
Todo hasta que se apagan los flashes, le doy un palmadita en el hombro al que de verdad lo sufre, y le prometo que voy a mejorar su vida.
Juan Romero
Es un clásico. En periodo electoral a un político le gusta un cojo más que a un niño una piruleta.
A bombo y platillo , y cámaras periodísticas, se sientan en una silla de ruedas para darse un “paseito” por la ciudad que pretende gobernar junto al cojo oficial que se siente importante por ser el maestro de quien pretende llegar a la alcaldía.
Tras el desfile, con alfombra roja y halo de empatía y sensibilidad con la discapacidad, su caché social sube como la espuma.
Ya sé lo que estáis sufriendo, te dicen, Ya sé la impotencia que se siente de no poder entrar en la mayoría de los comercios, de no poder mear en los pocos bares que tienen acceso para tomar una cerveza. Ahora sé lo que es esperar autobús tras autobús porque no les sale la rampa. He sentido el miedo de tener que ir por medio de la calzada junto a vehículos todos más fuertes que yo, porque las aceras no son accesibles.
De todo ello me he dado cuenta en los diez minutos de mi glamuroso paseito en silla de ruedas.
Todo hasta que se apagan los flashes, le doy un palmadita en el hombro al que de verdad lo sufre, y le prometo que voy a mejorar su vida.
Juan Romero
No hay comentarios:
Publicar un comentario