Las histéricas de Freud salen a la calle bajo la atenta mirada de las discapacitadas que esperan la vez para la hora de la ducha
Tardé mucho en darme cuenta que convertirme en una tetrapléjica no
iba a ser solo un asunto de ausencia de movimiento. Las pautas médicas
que ponían hora para el baño, la ducha o la hora de acostarme no se
quedarían en el hospital, me acompañaron a casa y aún lo hacen.
Desde fuera, bajo la atenta mirada del resto, mi descripción ya no es ser una mujer y una enfermera, sino una discapacitada y una tetrapléjica, una afirmación, que aunque se quiera ver exagerada, tiene documentos y carnets de sobra en mi cartera. Mi número de colegiada se ha quedado en un cajón y ha sido sustituido por la tarjeta que reconoce mi grado del 88% discapacidad, que me piden frecuentemente para ir al teatro y sentarme dónde me toca o para sacar billete de tren para la única plaza por vagón que se ha reservado para las personas como yo.
En estos 9 años como diversa funcional, he pasado de pedir alto y claro respeto, a dar las gracias sistemáticamente cuando se tiene en cuenta si puedo entrar y si puedo mear. Os aseguro que me basta y me sobra para sonreír, no porque yo sea una tía así de maja, sino porque la maquinaria de las etiquetas es tan pesada y sutil que no se ve el influjo del enorme ladrillo que es sobre mi persona “ser discapacitada”, y el día que decido que se vea para quitármelo, lo menos que se hace, es tacharme de “enfadada con el mundo” y aderezarlo con un “bastante tiene”.
Desde que salgo por la mañana, la sociedad donde vivimos se encarga de recordarme cual es mi sitio, y lo que más me preocupa es que comienzo a dejar de darme cuenta del pisoteo y me convierto en lo que el resto ve.
Plazas reservadas con coches sin tarjeta, el ascensor que no funciona o no existe, las rampas imposibles, escalones en la entrada de bares y restaurantes o los únicos rincones posibles, en lo que total -¿ahí no estás del todo mal, verdad?-.
Existimos en el porcentaje justo, en una sociedad tan inclusiva como para que cada vez que haces algo relativamente parecido al resto de mujeres, seas un ejemplo y si haces algo que muchas no harían seas una heroína sobre ruedas. Simplemente ser, gustarme y tener orgullo de ser diversa no es una opción para estos tiempos.
Con todo ello, disfruto de muchos privilegios dentro de mi condición de mujer con diversidad, llevo una vida independiente con asistencia personal y puedo permitirme decidir cuándo me ducho.
Mi fórmula no es norma. Demasiadas de mis iguales no deciden, esperan y se amoldan a lo que la familia, pareja o instituciones dicen, porque sin los apoyos necesarios, sentirte discapacitada es la única opción y tu primer nombre, y acatarás las horas para todo, que te lleve al baño a quién le toque, que te desnude tu madre cada noche, tu hermano o quién pueda. Tu persona se convierte en un objeto de cuidados que da las gracias, haces lo que te dejan y eliges lo justo para mantener un orden social que te sitúo como la última de las mujeres con derechos.
Es duro darte cuenta de la facilidad con la que se acepta ser lo que te consideran desde fuera, y lo desgastante que es explicar que eres una sujeto de derechos y que te sientes algo más que un porcentaje de capacidades.
Yo al final, repito el error del que puede y hablo por aquellas que no están participando. Soy una estupenda dentro de mi colectivo, que se pregunta cómo lo viven aquellas con las que comparto etiqueta. Desde mi trono con forma de cama articulada y mientras disfruto de mi infusión con pajita y escribo esto, me sonrió imaginándome como una sufragista de principio de siglo agitando a otra obrera y diciéndole -¡no te conformes! ¡¿No ves lo que te están haciendo por ser mujer?! Aunque en mi caso, ambas vamos en silla de ruedas. Cuando vuelvo en sí, en la televisión Ana Pastor dialoga con cinco mujeres con cargos políticos y ninguna se atreve a decir que no es feminista.
El 8 de Marzo de 2017 muchas mujeres con diversidad funcional no os acompañarán en las calles a las que tenéis su mismo sexo en el carnet, a quienes apoyáis la causa u os sentís mujer de una u otra forma, porque no tienen los medios y los apoyos para estar allí. Otras, haremos malabares para ir a comernos los bordillos que sean necesarios en las calles, pero todas, de una forma u otra, vivimos con la esperanza de que algún día ser capacitista esté tan mal visto como ser machista. Y las políticas en Matrix no se atrevan a decir ‘minusválida’ seguido de ‘perdón’, y hablar de ‘discapacidad’ sea de lo más retrogrado.
Espero que no binarias, queers y de quien me olvide, destrocen las “a” de este artículo que desde la ignorancia ha sido escrito
Desde fuera, bajo la atenta mirada del resto, mi descripción ya no es ser una mujer y una enfermera, sino una discapacitada y una tetrapléjica, una afirmación, que aunque se quiera ver exagerada, tiene documentos y carnets de sobra en mi cartera. Mi número de colegiada se ha quedado en un cajón y ha sido sustituido por la tarjeta que reconoce mi grado del 88% discapacidad, que me piden frecuentemente para ir al teatro y sentarme dónde me toca o para sacar billete de tren para la única plaza por vagón que se ha reservado para las personas como yo.
En estos 9 años como diversa funcional, he pasado de pedir alto y claro respeto, a dar las gracias sistemáticamente cuando se tiene en cuenta si puedo entrar y si puedo mear. Os aseguro que me basta y me sobra para sonreír, no porque yo sea una tía así de maja, sino porque la maquinaria de las etiquetas es tan pesada y sutil que no se ve el influjo del enorme ladrillo que es sobre mi persona “ser discapacitada”, y el día que decido que se vea para quitármelo, lo menos que se hace, es tacharme de “enfadada con el mundo” y aderezarlo con un “bastante tiene”.
Desde que salgo por la mañana, la sociedad donde vivimos se encarga de recordarme cual es mi sitio, y lo que más me preocupa es que comienzo a dejar de darme cuenta del pisoteo y me convierto en lo que el resto ve.
Plazas reservadas con coches sin tarjeta, el ascensor que no funciona o no existe, las rampas imposibles, escalones en la entrada de bares y restaurantes o los únicos rincones posibles, en lo que total -¿ahí no estás del todo mal, verdad?-.
Existimos en el porcentaje justo, en una sociedad tan inclusiva como para que cada vez que haces algo relativamente parecido al resto de mujeres, seas un ejemplo y si haces algo que muchas no harían seas una heroína sobre ruedas. Simplemente ser, gustarme y tener orgullo de ser diversa no es una opción para estos tiempos.
Con todo ello, disfruto de muchos privilegios dentro de mi condición de mujer con diversidad, llevo una vida independiente con asistencia personal y puedo permitirme decidir cuándo me ducho.
Mi fórmula no es norma. Demasiadas de mis iguales no deciden, esperan y se amoldan a lo que la familia, pareja o instituciones dicen, porque sin los apoyos necesarios, sentirte discapacitada es la única opción y tu primer nombre, y acatarás las horas para todo, que te lleve al baño a quién le toque, que te desnude tu madre cada noche, tu hermano o quién pueda. Tu persona se convierte en un objeto de cuidados que da las gracias, haces lo que te dejan y eliges lo justo para mantener un orden social que te sitúo como la última de las mujeres con derechos.
Es duro darte cuenta de la facilidad con la que se acepta ser lo que te consideran desde fuera, y lo desgastante que es explicar que eres una sujeto de derechos y que te sientes algo más que un porcentaje de capacidades.
Yo al final, repito el error del que puede y hablo por aquellas que no están participando. Soy una estupenda dentro de mi colectivo, que se pregunta cómo lo viven aquellas con las que comparto etiqueta. Desde mi trono con forma de cama articulada y mientras disfruto de mi infusión con pajita y escribo esto, me sonrió imaginándome como una sufragista de principio de siglo agitando a otra obrera y diciéndole -¡no te conformes! ¡¿No ves lo que te están haciendo por ser mujer?! Aunque en mi caso, ambas vamos en silla de ruedas. Cuando vuelvo en sí, en la televisión Ana Pastor dialoga con cinco mujeres con cargos políticos y ninguna se atreve a decir que no es feminista.
El 8 de Marzo de 2017 muchas mujeres con diversidad funcional no os acompañarán en las calles a las que tenéis su mismo sexo en el carnet, a quienes apoyáis la causa u os sentís mujer de una u otra forma, porque no tienen los medios y los apoyos para estar allí. Otras, haremos malabares para ir a comernos los bordillos que sean necesarios en las calles, pero todas, de una forma u otra, vivimos con la esperanza de que algún día ser capacitista esté tan mal visto como ser machista. Y las políticas en Matrix no se atrevan a decir ‘minusválida’ seguido de ‘perdón’, y hablar de ‘discapacidad’ sea de lo más retrogrado.
Espero que no binarias, queers y de quien me olvide, destrocen las “a” de este artículo que desde la ignorancia ha sido escrito
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