Con una discapacidad física del 95%, este joven de Bergara (Gipuzkoa) no ha conseguido en 14 años que instalen un ascensor para poder salir a la calle
Mikel Ormazabal
A su madre, Marisa, le han dado el pésame en dos ocasiones. ¿Está muerto
Josu Cifuentes? Josu tiene 29 años y se mueve desde los 15 en silla de
ruedas. Vive en el tercer piso de una casa antigua sin ascensor de
Bergara (Gipuzkoa). Con una discapacidad reconocida del 95%,
no puede por sí solo subir ni bajar los 48 escalones, de una madera que
ya cruje, que le separan de la calle. “En 14 años solo he salido de
casa unas 80 veces. No tengo vida social. Vivo encerrado en casa, pero
no estoy muerto”, comenta.
A los 12 años de edad le diagnosticaron una leucemia linfoblástica aguda
(LLA) que le obligó a recibir sesiones de quimioterapia hasta que le
practicaron un trasplante de médula en Barcelona. La operación fue
inicialmente “satisfactoria”, aunque tuvo episodios de injertos contra
huésped. No funcionó un tratamiento posterior con talidomida durante dos
años, ni la fotoféresis que recibió otro año en Madrid. Las
complicaciones fueron a más cuando se vio afectado a los 15 años por una
esclerodermia,
un trastorno autoinmunitario que le dejó prácticamente inmóvil para el
resto de su vida. “Eso fue lo que me mató”, recuerda Josu.
En cuanto Josu quedó postrado en la silla, la familia propuso al vecindario la colocación de un ascensor. Todos los intentos han sido baldíos. El inmueble sigue igual. Al tercer piso solo se puede acceder salvando los 48 escalones de madera. “Al principio éramos minoría y no pudimos instalar el ascensor. Con los cambios en la normativa pudimos exigirlo, pero no teníamos capacidad económica para meternos en juicios. Ahora podemos hacerlo, pero los gastos de la obra son imposibles para nosotros. Todo son peros. La realidad es que mi hijo sigue sin poder salir de casa, y llevamos así casi 15 años”, se lamenta su madre.
El Gobierno vasco concede ayudas del 5% del presupuesto de las obras de mejora de la accesibilidad, con un máximo de 2.000 euros para toda la comunidad de vecinos. Esta cantidad es complementaria con una ayuda individual de 4.180 euros como tope, siempre que los ingresos de la unidad familiar no superen los 21.000 euros anuales. Un portavoz del Departamento vasco de Vivienda añade que en “los casos de necesidad excepcional”, como podría ser el de Josu, “se puede adjudicar directamente una vivienda adaptada del parque público” del Gobierno, Pero para eso, matiza, “es necesario que los Servicios Sociales municipales certifiquen la excepcionalidad del caso y le den prioridad”.
Pero esto fue lo que ocurrió: la familia acudió al principio al
Ayuntamiento para resolver los problemas de accesibilidad del joven: “No
nos hicieron caso”, dice Josu. Cuando cumplió la mayoría de edad, se
apuntó en la lista de Etxebide (el Servicio vasco de Vivienda) para
solicitar una vivienda accesible de protección oficial. “Me tocó un
piso, pero me lo denegaron porque, según dijeron, yo vivía con mis
padres en un piso en propiedad. Pretendían que yo viviese solo, cuando
esto no es posible. Me quedé sin piso”, comenta. En 2017 le concedieron
una silla eléctrica que apenas ha usado y sigue “guardada en un garaje
porque no puedo bajar a la calle”
La familia agradece las ayudas económicas, pero quiere resolver el problema de la falta de ascensor. “Técnicamente es posible”, dice la madre, “aunque los gastos supondrían abonar unos 40.000 euros cada vecino. Nosotros no podemos hacer frente a ese dinero”. Solo trabaja el padre, un albañil de 60 años, y siguen pagando 1.000 euros mensuales de la hipoteca del piso y el préstamo que contrataron para pagar las medicinas que estuvo tomando Josu. Hace dos años pusieron en venta su piso, pero no han encontrado comprador. Y la situación se hace cada día más acuciante porque “la enfermedad me va comiendo”, reconoce el joven.
Las pocas veces que ha salido a la calle, su padre ha tenido que bajarle en la silla escalón a escalón, y remontarlas una a una para devolverle a casa. Por eso solo habrá bajado a la calle “por ocio” unas seis veces al año. Cuando ha tenido que ir al hospital, los sanitarios le acarreaban “en una silla con la base en forma de esquíes para deslizarle por las escaleras”.
La entidad Elkartu (Federación Coordinadora de Personas con Discapacidad de Gipuzkoa) recuerda que la ley vasca de Vivienda establece como un “derecho subjetivo” disfrutar de “una vivienda digna, adecuada y accesible”. “La realidad es que este derecho no está plenamente garantizado en el caso de las personas con movilidad reducida”, apostilla esta asociación.
El artículo 10 de la Ley de Propiedad Horizontal, de 1960 y actualizada en marzo de este año, establece que “tendrán carácter obligatorio y no requerirán de acuerdo previo de la Junta de propietarios” las obras de instalación de un ascensor para garantizar la accesibilidad de personas mayores de 70 años o con discapacidad acreditada. La normativa estatal fija como límite que el importe que debe pagar cada vecino, descontadas las ayudas, no exceda el equivalente a 12 mensualidades de los gastos comunes. Es obligatorio para la comunidad en el caso de que las subvenciones públicas alcancen el 75% del coste de las obras.
“Lo hemos intentado todo, pero como no nos hacían caso, hemos desistido”, señala Josu, que apenas pesa 45 kilos. Hasta dar con una solución que remedie sus problemas de accesibilidad, él sigue resignado a vivir “enjaulado”, realizando “trabajillos sueltos” de diseño por ordenador de forma esporádica y charlando con sus amigos encontrados en Internet, los únicos que tiene ahora, porque con los antiguos compañeros de clase que hace 15 años solían visitarle con mascarillas ha perdido todo el contacto.
https://elpais.com/sociedad/2019/05/31/actualidad/1559301860_232314.html?id_externo_rsoc=TW_CC
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