Desde el siglo XV han ido surgiendo diferentes diseños, siempre acordes con la época, de sillas de ruedas para convalecientes o personas con poca movilidad. Desde los tiempos de Felipe II hasta la llegada de la era industrial con la primera silla motorizada a principios del siglo XX, los desarrollos habían sido bastante rudimentarios. Fue en 1932, cuando el ingeniero Harry Jennings presentaba la primera silla de ruedas plegable de acero sin saber que su diseño se terminaría convirtiendo en el modelo más utilizado en todo el mundo, llegando hasta nuestros días sin apenas cambios o modificaciones. Un par de décadas más tarde, en 1952, se inició un programa para ayudar a los veteranos heridos que regresaban de la Segunda Guerra Mundial, en el que otro ingeniero llamado George Klein (en la imagen superior) desarrolló la que sería la primera silla de ruedas eléctrica basándose en el modelo previo de 1932.
Desde aquel primer modelo ya ha pasado un siglo. El ser humano ha pisado la Luna, es capaz de levantar rascacielos que casi rozan el kilómetro de altura y utiliza la ingeniería genética para terapias médicas propias del futuro… y aún así, seguimos utilizando una silla de ruedas que esencialmente no ha avanzado o mejorado desde los tiempos de Jennings y Klein.
Esta semana, la Fundación Kessler dedicada a la investigación científica especializada en investigación científica en movilidad, en colaboración con diferentes hospitales y departamentos de rehabilitación de Estados Unidos, han publicado un análisis que afirma que “más de la mitad de los usuarios de sillas de ruedas con lesiones en la médula espinal necesitaron reparaciones en los últimos 6 meses”.
A primera vista un estudio científico titulado “Factores que influyen en la incidencia de las reparaciones de sillas de ruedas y sus consecuencias” podría parecer poco importante o relevante, sin embargo tal y como indican sus autores: “Para muchas personas con lesiones en la médula espinal, las sillas de ruedas son un salvavidas. Permiten la movilidad, lo que a su vez facilita la independencia y el compromiso de la comunidad. Además, las sillas de ruedas ayudan a las personas a controlar el dolor y la incomodidad al permitirles cambiar de posición y controlar la presión. No se puede exagerar lo crítico que es para esta población, que, según el último recuento de 2015, asciende a 2,7 millones en los Estados Unidos, tener una silla de ruedas que funcione”.
Las increíbles tecnologías y avances en nuevos materiales aún no han tenido su reflejo en el campo de las sillas de ruedas que, aparentemente al margen del progreso en otras áreas, siguen manteniendo diseños antiguos y poco funcionales. Pero también existen otros muchos motivos en esta situación, incluyendo que “actualmente no existen estándares clínicos o industriales para el mantenimiento de sillas de ruedas, y muy pocos usuarios están capacitados o han sido instruidos para el mantenimiento de su propia silla de ruedas. Esta falta de orientación oficial impide la implementación de las mejores prácticas que podrían reducir significativamente las consecuencias adversas relacionadas con la avería de la silla de ruedas y el tiempo de reparación”.
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