viernes, 3 de febrero de 2017

Los gilipollas



29/01/2017
Hace unos años, y seguramente dejándome llevar por esa confianza que se deposita gratuitamente en la familia, dejé un libro sobre la mesa del salón de mi madre. Era Diario de un killer sentimental, de Luis Sepúlveda. Iba a ser cosa de un momento, pero me distraje con alguna tontería y no volví a acordarme de que estaba leyendo hasta un par de horas más tarde. Cuando lo hice, sentí ese pálpito de urgencia de cuando se está enganchado a una historia. Y corrí a por ella.

Encontré el libro, pero no pude cogerlo porque resultó que mi abuela me lo había levantado. Ella tenía entonces unos 90 años. Estaba leyendo concentrada, en silencio junto a la ventana, orientando las páginas hacia la luz, inclinada, metida el libro, con ese brillo alrededor que da el sol cuando, después de haber llovido, nos envuelve. Estaba, en definitiva, preciosa. 

Entonces recordé que el libro iba sobre un asesino a sueldo. Que hablaba en jerga; jerga de sicario. Además, había bastante sexo, drogas, cárteles, la DEA... en fin, que acabé concluyendo que aquella novela no era la adecuada para una abuela. Y hablé: «Cuca -desde niña la llamaban Cuca-, que ese libro es de un asesino a sueldo». 

Ella contestó: «Ya, si ya se ha cargado a dos». Y, sin necesitar hacer más para restregarme la estupidez de mi comentario, bajó la vista para seguir con aquella novela de sexo y de muertes, de drogas y de amor. Se sumergió tanto en ella que aquel día hubo que llamarla tres veces para que viniera a comer. Me devolvió el libro aquella misma noche. Lo había terminado.

Lo que hice yo aquel día con mi abuela es una de las cosas que más me aterran de hacerme viejo. No que me dejen leer junto a una ventana y que me llamen para comer, sino que la gente piense que me he vuelto idiota. Que me sonrían como si fuera un niño. Que se acerquen a mí un día enfermeras y me hablen como si me hiciera falta un manual para comprender al ser humano. Que gente que está en el mundo desde antes de ayer deduzca, con una arrogancia infinita, que no comprendo qué son las drogas, o el sexo, o los crímenes.

He recordado esto porque el otro día vi a una mujer en laSexta Noche. Es posible que ustedes también la hayan visto, porque su alocución se ha movido mucho por las redes sociales. Se llama Paquita Martín e hizo un alegato lúcido y emocionante por la igualdad de la mujer en el cobro de pensiones. Pero hizo algo más. Después de tener que luchar por retener el micrófono, de ser observaba con media sonrisa y cierta condescendencia, dijo: «Que tengo 91 años, pero no soy gilipollas».

Pues eso, que ellos no son gilipollas. Y, si no les infantilizásemos, tampoco lo pareceríamos nosotros

http://www.elmundo.es/papel/lideres/2017/01/29/588a2505e2704e5a1b8b4570.html

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