29/01/2017
Hace unos
años, y seguramente dejándome llevar por esa confianza que se deposita
gratuitamente en la familia, dejé un libro sobre la mesa del salón de mi
madre. Era Diario de un killer sentimental, de Luis Sepúlveda. Iba a ser
cosa de un momento, pero me distraje con alguna tontería y no volví a acordarme
de que estaba leyendo hasta un par de horas más tarde. Cuando lo hice, sentí
ese pálpito de urgencia de cuando se está enganchado a una historia. Y corrí
a por ella.
Encontré el
libro, pero no pude cogerlo porque resultó que mi abuela me lo había levantado.
Ella tenía entonces unos 90 años. Estaba leyendo concentrada, en silencio junto
a la ventana, orientando las páginas hacia la luz, inclinada, metida el libro,
con ese brillo alrededor que da el sol cuando, después de haber llovido, nos
envuelve. Estaba, en definitiva, preciosa.
Entonces
recordé que el libro iba sobre un asesino a sueldo. Que hablaba en jerga; jerga
de sicario. Además, había bastante sexo, drogas, cárteles, la DEA... en fin,
que acabé concluyendo que aquella novela no era la adecuada para una abuela.
Y hablé: «Cuca -desde niña la llamaban Cuca-, que ese libro es de un asesino a
sueldo».
Ella
contestó: «Ya, si ya se ha cargado a dos». Y, sin necesitar hacer más
para restregarme la estupidez de mi comentario, bajó la vista para seguir con
aquella novela de sexo y de muertes, de drogas y de amor. Se sumergió tanto en
ella que aquel día hubo que llamarla tres veces para que viniera a comer. Me
devolvió el libro aquella misma noche. Lo había terminado.
He recordado esto porque el otro día vi a una mujer en laSexta Noche. Es posible que ustedes también la hayan visto, porque su alocución se ha movido mucho por las redes sociales. Se llama Paquita Martín e hizo un alegato lúcido y emocionante por la igualdad de la mujer en el cobro de pensiones. Pero hizo algo más. Después de tener que luchar por retener el micrófono, de ser observaba con media sonrisa y cierta condescendencia, dijo: «Que tengo 91 años, pero no soy gilipollas».
Pues eso, que ellos no son gilipollas. Y, si no les infantilizásemos, tampoco lo pareceríamos nosotros
http://www.elmundo.es/papel/lideres/2017/01/29/588a2505e2704e5a1b8b4570.html
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