Somos cuerpos extenuados por tantos muros que hemos tenido que saltar, fatigados tras décadas cojeando la vida. El tiempo nos trae una nueva condena en forma de Efectos Tardíos de la Polio
Vivimos tiempos convulsos en los que algunos quisieran desterrar la memoria, arrinconarla o negarla, olvidar que existió, pero nunca una herida se curó echando arena sobre ella, no es sano ni ayuda a cicatrizarla, y no lo es porque la memoria forma parte de nosotros como seres humanos y como sociedad, es, ante todo, el alimento que nos da vida como personas.
Los supervivientes de la polio sabemos mucho de olvido engendrado en la fragilidad de la memoria, la que forma parte de una vieja enfermedad que ya solo “suena” sobre los ecos del aire, una noticia añeja dictada con la voz engolada del Nodo o el fotograma de un documental en blanco y negro.
Hoy, ese mal milenario que hizo temblar los cimientos del mundo, está en la práctica erradicado del planeta, salvo algún caso aislado en países del tercer mundo o en conflictos bélicos que no permiten una vacunación estable y segura. Afortunadamente. En muy poco tiempo ya solo estará presente en los tratados de medicina.
Por el camino, aquel virus perverso fue cincelando sueños rotos sobre oscuros pasillos repletos de camas blancas; piernas que eran manojillos de sarmiento de escaso vigor, vidas chiquitas que apenas empezaban a brotar, hambrientas de cariño y de alguna cancioncilla susurrada al oído. Vivir el desamparo. Sentir el exilio de la ternura, despertar cada mañana con la añoranza de un beso, la visita del cirujano y el rosario a media tarde; y sobre todo eran las noches, aquellas noches de soledad infinita tiritadas a la luna.
Ellos eran los niños del dolor ahogado que intercambiaban juegos por cicatrices, aquellos tremendos surcos que cubrían sus cuerpos pequeños, y también, casi siempre, sus almas.
Olvidar es triste, me duele que al trascurrir de los años se pueda perder en la niebla del tiempo que todo aquello sucedió, que hubo mucho sufrimiento porque un dictador nunca supo conjugar las palabras compasión y justicia: ocho años negando un mal que existía, silenciando la vacuna que protegía nacidos de un destino cruel de padecimiento y discapacidad; catorce mil llantos, dos mil lutos; infancias quebradas por la desidia de un régimen que caminaba bajo palio.
Y me apena la ingratitud del hoy, el desaliento que en ocasiones provoca esta democracia tan ligera a la indiferencia. Somos cuerpos extenuados por tantos muros que hemos tenido que saltar, fatigados tras décadas cojeando la vida. Ahora, el tiempo nos ha traído una nueva condena en forma de Efectos Tardíos de la Polio y Síndrome Postpolio que nos van apagando en la simple madurez, secuelas que parecen no tener fin de una enfermedad que siempre fue mala compañera de viaje. El resultado: marginación laboral, exiguas pensiones y, en muchas ocasiones, también la exclusión social.
Los supervivientes de la polio somos parte de la Memoria Histórica de este país porque el daño que nos marcó vino del gobierno de España por su negligencia; aunque fuera el de aquella España.
¿Para cuándo un reconocimiento oficial, alguna disculpa institucional?
La memoria se va extinguiendo si no hay luz que la ilumine, si no existen voces que la mantengan viva.
Un año hace que mi padre se fue para siempre, y un mes que mi madre marchó junto a él. Ellos guardaban los recuerdos y abrieron mi memoria. Este escrito va por ellos, por todos los padres heroicos que supieron transformar miedo y dolor por esperanza, que nunca abandonaron porque su lucha, su auténtica felicidad era vernos caminar, acompañarnos en el esfuerzo con la serenidad y la entereza que solo saben mostrar las personas nobles y buenas. Nunca habrá agradecimiento suficiente.
Ahora, su memoria queda en mí y yo no puedo, no deseo olvidar.
Quizás es por eso que me duele pensar que cuando sea yo el que se vaya, cuando todos nosotros, los Niños de la Polio, nos hayamos ido y seamos solo una rancia fotografía del pasado ¿Quién nos recordará?
24 de octubre, Día Mundial Contra la Poliomielitis.
José Vicente García Torrijos Autor de Sueños de Escayola
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