La dictadura nacionalcatólica ocultó deliberadamente la pandemia de
poliomelitis, acaecida entre los años 50 y 60, en aras de construir una
artificiosa raza española. Hoy viven en el Estado español entre 40.000 y
50.000 supervivientes de una enfermedad hoy dada prácticamente por
erradicada. Reclaman un reoconocimiento como víctimas del franquismo.
La poliomielitis adquirió carácter pandémico a finales de los años
40, y alcanzó mayor intensidad entre los 50 y principios de los 60
“Dios mató a mi madre cuando estaba dando a luz. Dios me dio un ladrón por padre. Cuando era veinteañero, Dios me dio la polio, que contagié una vez a una docena de niños, probablemente más, incluida la hermana de Marcia, incluido usted, casi con toda seguridad. (…) ¿Hasta dónde debería llegar mi amargura? Dígamelo usted”.
Philip Roth, Némesis.
A finales del pasado mes de
agosto, los medios de comunicación pasaron de puntillas por una noticia
de una importancia histórica considerable: se había logrado erradicar
la poliomielitis en África, un virus que mata la musculatura. Hubo
quien lo hizo notar en redes sociales con excesiva euforia creyendo que
lo habíamos vencido definitivamente —entre los que me incluyo— pero lo cierto es que el virus todavía no ha sido erradicado totalmente en el mundo.
Aún hay casos en Afganistán y Pakistán. No obstante, es una noticia de
enorme relevancia, puesto que se trata de una enfermedad de
consecuencias terribles para la que no existe cura y a la que solo es
posible eliminar mediante la prevención, es decir, con una vacuna que
es efectiva al 100%.
La
poliomielitis siempre ha estado entre nosotros y, como en muchas
otras cosas, los egipcios fueron los primeros en dejarnos una clara
evidencia de su existencia en una estela del Reino Nuevo. Pero entre
los siglos XVIII y XIX se comenzaron a experimentar brotes hasta que en
el siglo XX se declaró una pandemia. A lo largo de la historia,
grandes personajes han sido víctimas de ella, entre ellos, el emperador
Claudio, Franklin Delano Roosevelt, Frida Kahlo, Arthur C. Clarke,
Francis Ford Coppola o el físico Robert Oppenheimer.
Ahora todo es covid-19. Yo suelo decir que, incluso quienes no hemos
padecido el virus (o eso creemos), sufrimos las consecuencias de su
existencia. Desde marzo, ni un solo día hemos dejado de hablar de ello;
ni un solo día hemos podido ver un programa en televisión en el que no
se hable de ello; ni un solo día hemos podido leer un periódico o
revista que no mencione el virus; ni un solo día sin temor. El virus
nos ha infectado doblemente, y su impacto ha sido tan grande que,
rápidamente, se buscaron precedentes de pandemias en la historia,
apareciendo al momento la peste negra del siglo XIV, la gripe de 1918 o
la viruela. Pero apenas ningún medio ha rescatado la pandemia de
poliomielitis que hubo en la España franquista entre finales de los
años 50 y principios de los 60 del siglo pasado. ¿Por qué motivo? Puedo
entender que esto lo omita el panfleto que dirige Jiménez Losantos,
pero no concibo que los grandes medios de comunicación se lo hayan
callado.
Al ser de pago, la mayor parte de la población no pudo permitírse la vacuna
La poliomielitis podía matar
fulminantemente y, en el mejor de los casos, dejaba gravísimas secuelas
paralíticas. En nuestra memoria quedan los famosos pulmones de acero,
que se convirtieron en una cárcel de la que muchos no podían salir si
querían seguir vivos. Ahora vemos por las calles personas en sillas de
ruedas, con muletas, con bastones, con órtesis o prótesis en las
piernas que les son absolutamente imprescindibles para desplazarse.
Forman parte del paisaje, son las víctimas vivientes de la polio, un
virus que ha afectado a uno de los grupos poblacionales más
vulnerables: los niños. A modo de comparación, podemos decir que
el número reproductivo básico (R0, variable por la que se estima la
velocidad con que una enfermedad puede propagarse) de la covid-19 oscila
entre 1 y 3,5, mientras que el de la polio oscila entre 5 y 7. La
poliomielitis pasó a ser el problema de salud pública más aterrador
de la época de la posguerra, tanto en EE UU como en Europa. Sobran
las palabras.
España, con la
instauración de la dictadura franquista, quedó excluida hasta 1950
de varios organismos internacionales. A consecuencia de ello, hubo un
retroceso científico y en la modernización sanitaria por los efectos
de la contienda y por el exilio forzoso de grandes figuras de la
ciencia y de la medicina. Además, la pobreza y las condiciones de
posguerra provocaron una elevación de la morbilidad y mortalidad por
enfermedades infecciosas. La poliomielitis adquirió carácter
pandémico a finales de los años 40, y alcanzó mayor intensidad entre
los 50 y principios de los 60 hasta la primera campaña de
inmunización; casi nueve años después de disponerse de la vacuna
inyectable Salk, y tres después de contarse con la vacuna oral Sabin.
Este hecho refleja la resistencia del régimen franquista a reconocer
que la polio constituía un importante problema de salud pública en
nuestro país. No lo hizo hasta 1958, en la inauguración del V
Simposio de la Asociación Europea contra la Poliomielitis celebrado
en Madrid.
A partir de ese año, la Dirección General de Sanidad (DGS)
dio comienzo a una campaña de vacunación engañosa. A pesar de que
Salk se negó a hacerse multimillonario patentando la vacuna (su
respuesta “no hay patente, ¿acaso se puede patentar el sol?”, ha
quedado para los anales de la historia), los dirigentes españoles
consideraron que las características de la vacuna complicaban la
labor, tanto por administrarse en tres dosis inyectables —lo que
implicaba tiempo y personal— como por la necesidad de conservación
—lo que se traducía en un encarecimiento para su traslado y
aplicación—. Este fue el motivo esgrimido por el Gobierno para que la
vacunación no fuese gratuita. Como consecuencia, al ser de pago, la
mayor parte de la población no pudo permitírsela.
No hubo ninguna tipo de ayuda a las víctimas de la poliomielitis, ni durante la pandemia ni en los años que siguieron
Agobiado por las presiones internacionales,
el 26 de enero de 1963 el Ministerio de Gobernación español dictaba
las pautas para proceder a la vacunación antipoliomielítica en los
niños a través de una Orden enmascarada bajo el título Normas en
cuanto a las obligaciones y facultades de la Dirección General de
Sanidad en materia de Medicina Preventiva (vacunación
antipoliomielítica). Nuestra dictadura fascista dictaba políticas
para la “protección de la infancia” —interpretada por el franquismo
como bien social antes que como sujetos—, que habían derivado más
hacia la enseñanza y el adoctrinamiento que hacia una mejora de la
sanidad pública. En este contexto, la enfermedad y sus secuelas fueron
un desafío al discurso del régimen pronatalista y regeneracionista;
el niño poliomielítico chocaba con el pueblo sano y fuerte concebido
para forjar una España imperial, grande y libre.
No
hubo ninguna tipo de ayuda a las víctimas de la poliomielitis, ni
durante la pandemia ni en los años que siguieron. Los afectados
tuvieron que utilizar sus propios medios económicos, por un lado,
para salir adelante, encontrar la información necesaria y acceder a
medidas de rehabilitación; y, por otro, para mejorar su calidad de
vida mediante la adquisición de aparatos ortopédicos, la
realización de adaptaciones en su vivienda, así como procurarse una
formación profesional que les permitiera su integración en la
sociedad y su independencia económica.
No existe estadística fiable sobre cuántos sobrevivientes de la
poliomielitis de mediados del siglo pasado existen en la actualidad. En
el mundo se estima que pueden ser unos 20 millones de personas,
distribuidas por todos los países. En España cabe pensar entre
40.000 y 50.000. Por tanto, podemos concluir que la cantidad de
contagiados fue mayor, pero los datos son imposibles de contrastar
puesto que con la modernización sanitaria llevada a cabo con el
advenimiento de la democracia, muchos expedientes e informes fueron
destruidos en hospitales y centros sanitarios. Lo cierto es que se
desconoce el número de muertos reales en estos últimos 70 años.
Pero esto no es todo, desgraciadamente no hemos llegado aún al final
de este vía crucis. La enfermedad produce unas secuelas que
deterioran gravemente la calidad de vida durante el proceso de
envejecimiento. Es el llamado Síndrome Pospolio (SPP). El término
hace referencia al desarrollo de nuevos síntomas neurológicos, en
especial debilidad muscular, atrofia y fatiga musculares nuevas que no
son explicables por ninguna otra causa médica, y que aparecen después
de más de 15 años de la infección aguda. Se estima que afecta del 20%
al 85% de individuos con antecedentes de poliomielitis en la infancia.
Las secuelas son terribles: los afectados experimentan una mayor
sensibilidad al frío y los dolores en espalda, extremidades superiores e
inferiores, zona lumbar y zona del cuello son el pan nuestro de cada
día. Otras partes del cuerpo que en principio se vieron libres del
virus, ahora también experimentan dolor y deterioro al haber tenido que
ser utilizadas más de la cuenta para auxiliar a las partes infectadas.
Nada mejor que ver el documental de la TV3 Polio, crónica de una negligencia para comprender el alcance de la pandemia.
La dictadura impidió la vacunación universal gratuita, y cuando se vio
forzada a actuar, era demasiado tarde. Miles de niños vieron sus vidas
truncadas
Traer estos terribles hechos aquí y
ahora tiene una doble motivación. En primer lugar, reflejar en qué
consiste exactamente la responsabilidad de un gobierno en cuanto a la
salud de los ciudadanos. Estamos viendo y oyendo a diario, tanto en los
medios de comunicación como en las redes sociales, hablar de la
actuación criminal del actual gobierno. Soy el primero que admite, sin
reservas ni concesiones, que ni este ni ningún otro gobierno en el
mundo han actuado de la mejor manera posible en la lucha contra la
pandemia. Pero esto se ha debido más a la facilidad con la que se
contagia el virus, a que la movilidad es un elemento catalizador de su
propagación, a nuestra propia irresponsabilidad personal que deriva en
actitudes insolidarias, y a que nos enfrentamos a algo para lo que no
existe antídoto.
Más que
negligencia ha habido desconocimiento. Más que premeditación o
alevosía, ha habido improvisación. Pero con lo ocurrido en España con
la pandemia de polio tenemos un claro ejemplo de lo que es una actitud
claramente criminal. La dictadura impidió la vacunación universal
gratuita, y cuando se vio forzada a actuar, era demasiado tarde. Miles
de niños vieron sus vidas truncadas.
En
segundo lugar, evidenciar públicamente algo que quienes contrajimos
la enfermedad ya sabemos: somos, afortunadamente, una especie en vías
de extinción. Cuando nosotros hayamos desaparecido del mapa, el virus
ya habrá sido totalmente derrotado y no habrá más enfermos de polio. Y
no queremos indemnizaciones, no queremos compasión, no buscamos
venganza, ni siquiera justicia porque eso ya es imposible. Lo que nos
gustaría a muchos como yo es que se nos reconozca como víctimas del
franquismo. Porque a pesar de que los partidarios de la República
asistimos con resignación a la muerte o desaparición de nuestros padres
o abuelos, con la polio también sufrieron las consecuencias muchos
partidarios del régimen, convirtiéndonos así a todos en una secuela
viviente de aquella infame dictadura nacionalcatólica que ocultó
deliberadamente el problema en aras de construir una artificiosa raza
española. Los anticuerpos españoles no funcionaron y dieron pie a una
prolongación en el tiempo de la Leyenda Negra.
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