La vida de Juana Liébana es, durante los últimos
años, un cúmulos de infortunios. Esta vecina de Jamilena quedó viuda
hace siete y perdió hace tres a uno de sus hijos tras un accidente de
tráfico. Sin embargo, su realidad actual está marcada por otro percance
circulatorio que, hace cuatro, como consecuencia de un derrame cerebral,
dejó postrado en una silla de ruedas a otro de sus vástagos, José Manuel Moral.
El día a día de esta “madre coraje” está entregada a
su hijo, de treinta y cinco años, con una discapacidad prácticamente
total. Viven en un segundo piso sin ascensor, lo que complica la
existencia a ambos sobremanera. Como Moral acude, de lunes a viernes, a
un centro de la ciudad de Jaén, para salir del bloque de pisos y, por la
tarde, para entrar en él, necesitan, sin más remedio, la ayuda de algún
“buen samaritano” que permita salvar los sucesivos tramos de escaleras.
Ante el panorama, Juana Liébana lanza un grito de desesperación,
ya que, a sus cincuenta y seis años, se ve impotente para seguir así.
De hecho, asegura que ha habido días en los que, por no haber quien les
preste auxilio, su hijo no ha podido ir hasta la capital jiennense. En
cuanto a los fines de semana, la mujer opta por que se quede en casa.
“Si esto sigue así voy a tener que dejarlo dentro siempre”, manifiesta
la progenitora, desanimada.
En opinión de Liébana, la solución pasa por instalar un elevador dentro del edificio.
Sin embargo, como si fueran los empinados peldaños de la escalera,
entre su deseo y la realidad se interpone la delicada situación
económica. La jamilenuda indica que solo cuenta con una pensión de
viudedad de unos quinientos euros más una prestación de su hijo con la
que paga el centro y la dependencia. “Hay meses que con lo que le dan,
no nos llega”, precisa. Para colmo, también viven con ellos su hija y
dos nietos. Juana Liébana tiene que dedicar tiempo a atender a su madre,
enferma.
Para Liébana la solución sería que la Junta de Andalucía se hiciera cargo de los alrededor de 30.000 euros que cuesta el ascensor.
Por otro lado reclama más implicación del Ayuntamiento ya que, asegura,
durante unos meses llegó a contar con la ayuda de un operario, el
servicio que luego se suprimió, según ella. La mujer se muestra temerosa
de que su buena situación de salud actual se deteriore. “No quiero ni
pensar lo que pasaría entonces”, se queja.
Juana Liébana precisa que aunque, en general, su domicilio está
bastante bien adaptado para la situación de su hijo, con puertas anchas y
una cama articulada, hay una excepción. Se trata del cuarto de baño.
Para este punto concreto, remarca que llegó a cursar una solicitud para
una ayuda con la que acondicionar esa habitación, pero que la respuesta
que recibió fue que no había presupuesto. Pese a todo, no ceja en su
empeño de que las administraciones la oigan de una vez.
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